sábado, 29 de octubre de 2011

Me amo, pero con estos dolores no le sirvo a mi familia.


Por Sergio Augusto Vistrain

La que aparece como título de esta reflexión es frase de una de tantas personas afectadas por la poliomielitis que se acercan a la Organización Mexicana para el Conocimiento de los Efectos Tardíos de la Polio, A. C. (OMCETPAC), en busca de alguna orientación sobre sus dolencias.

 Y es que “el dolor […] es uno de los síntomas más invalidantes que puede padecer el ser humano” dice el Dr. Sergio Guillermo Bautista[1].

 Hasta el momento de escribir estas líneas, no conozco la naturaleza del dolor de dicho paciente, pero, por lo que dice, el que le aqueja debe ser nada menos que infame.

 Y así de infame suele ser el dolor de muchas de las personas que hace algunos años fueron afectadas por la poliomielitis.

 Dolores así de invalidantes, así de infames, por cierto, según lo que he leído, según lo reportado por quienes respondieron la Primera Encuesta Iberoamericana sobre las Condiciones de las Personas Afectadas por la Poliomielitis y según mi experiencia personal, suelen estar ahí, tanto en quienes no están padeciendo, como, por supuesto, quienes sí padecen claramente el Síndrome Post-Polio (SPP).

 Es decir, si bien el dolor es uno de los síntomas que denotan la presencia de dicho síndrome, lo cierto es que también suele acompañar la vida de quienes, habiendo sido víctimas de la polio, no padecen el SPP, y suele fastidiar su calidad de vida, tanto, o más que si lo estuvieran padeciendo, nada menos que al grado de sentirse literalmente invalidados para sentirse útiles y valiosos para sus seres queridos.

 No por nada “dolor” y “pena” llegan a ser sinónimos, pues llega a ser verdaderamente penosa la vida de quien padece el dolor.





[1] Algólogo del Hospital General de México, en la Reunión de Expertos en Neuropatías Dolorosas Valeant 2006, Royal Pedregal, México D.F., 19 de junio de 2006.